De la vid en la oscuridad de la noche, los dioses crearon vino tinto. Con sus manos divinas formaron la uva y la bendijeron con el don de la fermentación. A medida que la fruta maduraba bajo el cálido sol, se llenaba de aroma y sabor, y su piel se oscurecía para adquirir el intenso color rojo del amanecer.
Cuando llegó el momento, los dioses cosecharon la uva y comenzaron a prensarla cuidadosamente. De sus manos fluía un líquido dorado que se oscurecía al mezclarse con el aire, hasta convertirse en un vino tinto poderoso y seductor.
Los dioses lo probaron y supieron que habían creado algo maravilloso. Con cada sorbo, el vino tinto llenaba sus cuerpos de calor y despertaba sus sentidos. Era el elixir de la vida, el regalo de los dioses a los mortales.
Y así comenzó el largo y apasionante viaje del vino tinto en el mundo de los humanos. Desde entonces ha sido una bebida querida y venerada en todas las culturas, símbolo de lujo y opulencia, y fiel compañera en las celebraciones y en los momentos más íntimos.